-¿Alguna vez has escuchado susurros en tu cabeza?
Me preguntó al escudriñarme fijamente. Sus ojos no parpadearon durante el siguiente minuto que pensé en una posible respuesta. Cuando consideré la posibilidad de mentir, añadió: Es obvio que nunca has experimentado algo así.
Evité perderme en sus pupilas color carmín similar a los caramelos de cereza. Justo cuando petrificaba sus ojos en mí, se me antojaba arrancárselos y lamerlos, aunque existía la posibilidad de que no tuvieran el sabor de los caramelos de ese color.
Siempre me contenía, cuando lo hacía mis dedos se crispaban, en cuanto se percataba, sonreía mostrando sus afiladas fauces. Odiaba ese gesto suyo. Temía perder el control y abalanzarme sobre ella, aunque eso difícilmente demostraría que no me intimidaba.
Para recuperar el dominio de mis emociones, apreté la mandíbula, entonces mis dientes crujieron, abrí un poco la boca para desencajar mi quijada, la moví de un lado a otro, el sonido fue tenue, apenas un leve chasquido. Con eso bastaba para calmarme, podría soportar su demente rutina durante el resto del día sin dificultad.
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Enseguida, ella dio media vuelta y comenzó su recorrido por los pasillos, me quedé ahí de pie, deslizando la mirada por los matices de su largo cabello azulado, podría intentar imponerme, yo era mucho más imponente, pero no era una cuestión de jerarquía, en los lugares blancos ella gobernaba y yo únicamente podía observar, nunca involucrarme o ayudar. Así empujará a los pacientes al límite de sí mismos por mera diversión.
Aunque era pequeña, su brutalidad era descomunal.
Para ella era entretenido enterrar sus garras en los pensamientos de los demás, cada una de sus víctimas reaccionaba diferente, los más radicales elegían la destrucción, no obstante, en una instalación vigilada era un reto casi imposible consumar una inmolación ejemplar, siempre había gente alrededor. Era cuestión de tiempo y de jalar las cuerdas adecuadas de la desesperación. Y ella tenía todo el tiempo del mundo, la eternidad misma.
Un día, las animadas actividades de Rompe-cráneos enfocadas en atormentar a los pacientes tuvieron que modificarse de tajo. Esa tarde llego Erin.
Por primera vez, una paciente logró detonar mi curiosidad y demandar mi atención como suya totalmente desde que cruzó caminando la puerta principal, no en silla de ruedas o en camilla como otros pacientes, eso fue sumamente peculiar.
Yo estaba en el pasillo principal, atenta a la llegada de la nueva paciente, cuando abrieron la puerta, la luz exterior me deslumbró y lo único que pude ver fue la silueta de una joven que cuando pasó a mi lado, volteó a verme y aunque fue apenas un instante, pude leer su mirada, lo cual rara vez sucedía.
Ella continuó caminando de puntas por el pasillo, flotaba en un vestido blanco decorado con mariposas azules y flores rosas, la acompañaban sus padres, justo antes de entrar a la oficina del director para entregar sus papeles de ingreso, ella volteó de nuevo hacia mí, esta vez me percaté del color caoba de su cabello corto y del extraño color de sus ojos. No pude evitar acercarme a la oficina para saber quién era esta chica que podía verme.
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Para empezar su aparente desvarío no era causado por un trastorno de personalidad heredado, ni por un desequilibrio mental vinculado con la esquizofrenia o por consumo desmedido de drogas. El comportamiento de Erin reflejaba cierto grado de autismo, dado que no hablaba y solía abstraerse en un plano alterno de la realidad. Aunque no siempre fue así.
Erin fue una niña normal y sana durante los primeros años de su vida.
Era curiosa, sumamente observadora y aprendía con facilidad. Creció en un ambiente cálido hasta que, en una revisión médica de rutina en el hospital, Erin se contagió de meningitis, enfermedad de la cual pocos niños sobrevivían y en caso de lograrlo, se manifestaban secuelas irreparables.
Entonces se presentó un cambio súbito y permanente en ella. El desarrollo de su mente se detuvo de golpe, es decir, el progreso de su cerebro se estacionó en un rango inamovible entre el periodo maternal y el infantil donde todavía no se comunicaba por medio del leguaje, es decir, no hablaba ni obedecía, y mucho menos escuchaba o entendía a los demás. Aunque no sucedió lo mismo con su cuerpo, pues Erin siguió creciendo en el aspecto físico.
Aunque sus padres y hermanos procuraban enseñarle lo básico, ella solía hacer las cosas a su modo, rechazando la ayuda o la orientación de quienes la rodeaban. En su casa parecía que el mundo exterior tuviera un ritmo lento y ella se condujera con uno totalmente frenético, nunca aprendió a escribir ni a leer, le gustaba dibujar, aunque los crayones no los asía, sino que los empuñaba, siendo peligroso incluso para ella misma. Pasaba la mayor parte del día jugando, odiaba el agua, bañarla era un reto e implicaba un riesgo pues era necesario someterla a un control físico para evitarle una caída.
A los 10 años, Erin caminaba arrastrando los pies, sus manos por lo regular estaban frías y tenía una fuerza inverosímil para ser una niña pequeña. Manifestaba sus emociones por medio de gritos, si algo le gustaba lo hacía hasta cansarse, como dar vueltas sobre su eje. Era capaz de jalar a su padre por toda la casa, sin que él pudiera frenarla, así él fuera un adulto y ella tan solo una niña. También identificaba a sus familiares o a los amigos cercanos de sus hermanos. Evitaba el contacto físico con los extraños, sin embargo, tocaba el cabello de aquellos que llamaban su atención.
A los 12 años, Erin ya era demasiado alta para su edad y poseía una fuerza incontenible al punto de dislocarle el hombro a su madre durante un jaloneo. Dado que no se acostumbraba recurrir a enfermeras o ayudantes para dichos casos, el padre de Erin sugirió internarla en un lugar donde recibiera atención médica especializada, la cual, necesitaba.
La decisión fue difícil, en un principio, su madre se negó rotundamente, pero ante las circunstancias, no podía arriesgarse a accidentarse por intentar levantar a Erin del suelo durante una rabieta o manejar sus impulsivos arranques carentes de una intencionalidad voluntaria cuyo objetivo solía ser atacar físicamente a quien opusiera resistencia a sus deseos.
Su madre se encargaba de las labores de la casa, atender a su esposo y dos hijos adolescentes. Realmente, no podía con todo, aunque quisiera y se esforzara por lograrlo. Pese a ello, retrasó cuanto le fue posible el ingreso de su hija a un hospital especializado.
Dado su bajo nivel de interacción social, Erin se instaló en una habitación aislada, pero con vigilancia 24/7. Tenía 14 años, era espigada, parecía una bailarina inquieta capaz de romper el tempo de los relojes del mundo y crear el suyo propio.
Yo la miraba desde una esquina de su habitación. Ella nunca enfocaba su atención en algo durante más de siete segundos, enseguida desviaba su atención a otra cosa, como si las paredes estuvieran plagadas de imágenes interesantes, movía su cabeza hacia un lado, y ahí la dejaba durante un rato, luego la movía hacia el otro lado.
Tenía una amplia colección de tics, uno era deslizar los dedos medio y pulgar entre ellos, hasta que algo llamaba su atención y los detenía, si algo la exasperaba el ritmo se aceleraba. Otro era chasquear la lengua, hacer ruidos sin que fueran palabras completas, si acaso vocales alargadas. Era realmente interesante observarla, al menos para mí.
Después del evento del pasillo no volvió a manifestar que percibiera mi presencia. Cuando estaba por cumplir tres meses de haber llegado, se acercó a la esquina donde yo estaba sentada, se acuclilló y me miró fijamente un instante para luego ignorarme el resto del día. En esa ocasión pude ver mejor el color de sus ojos, nunca vería unos iguales a los suyos, eran peculiares, oscilaban entre el color aceituna y al ámbar.
Curiosamente no me detonaban ninguna emoción en especial, quizá porque eran mortecinos. A diferencia de Rompe-cráneos, ella sí que deseaba cercenarlos de un solo golpe. Nunca antes, nadie la había mirado fijamente como Erin, y de igual forma la ignoraba, para ella simplemente, la locura no existía. Eso me gustaba y a la vez me divertía, era desafiante pese a no emitir una sola palabra, bastaba su actitud.
Así fue, hasta que comenzaron los susurros de Rompe-cráneos. Erin gritaba para interrumpir que las palabras llenaran su cabeza, casi enseguida los enfermeros entraban a su habitación y le administraban una sustancia que la tranquilizaba para luego dormir durante algunas horas.
En los primeros ataques de Rompe-cráneos era difícil despertar a Erin, pero ya luego fraguó la forma de interrumpir el efecto de la medicina y abrumarla durante días, impidiendo que durmiera, poco importaba cuanto gritara o si se quedaba afónica.
Rompe-cráneos había interpretado el desinterés de Erin como una afrenta, algo demasiado personal que solucionaría con una creciente gradación vengativa.
El diagnostico medico concluyó esquizofrenia pues Erin comenzó a manifestar ataques abruptos ante sonidos que nadie más escuchaba y para anularlos, corría contra las paredes golpeándose la cabeza, hasta quedar inconsciente. Para evitar que se hiciese daño decidieron amarrarla a la cama.
Rompe-cráneos se sentaba en su pecho y la acechaba tal cual una pesadilla. Erin luchaba contra las ataduras, al punto de dislocarse las coyunturas para zafarse y lanzarse contra la pared o la puerta, cada vez con más fuerza, manchando todo con su sangre. Solo entonces los susurros cesaban, pero únicamente a ratos.
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Para Rompe-cráneos era sumamente recreativo manipular el estado emocional de Erin pues era la presa perfecta, nadie la escuchaba ni la entendía y difícilmente podía luchar contra la locura que susurraba en sus pensamientos, llenando su cabeza de un ruido seseante.
Durante la visita mensual, los padres de Erin solicitaron una revisión de su estado físico, tenía rotas las muñecas y la nariz, se había despostillado los dientes frontales, y las ocasiones que se había lanzado así misma contra la pared ya eran incontables.
Luego de varios estudios concluyeron que debían cambiarla de habitación con paredes acojinadas, pues de repetirse los golpes en su cabeza podría colapsarse la estructura craneal y provocar un inesperado deceso.
Rompe-cráneos estaba a nada de lograr su objetivo, romper a Erin.
Lo cual, me afligió profundamente. Erin se había convertido en mi alma errante predilecta, pese a su estado, me gustaba estar con ella, aunque me ignorara.
Entonces sucedió algo totalmente inesperado.
Erin no hablaba, al menos no con palabras coherentes, pero aún con el ruido que causaba Rompe-cráneos en su cabeza, ella logró comunicarse conmigo.
Una tarde, luego de la inyección que la dormía un rato, escuché claramente una voz en mi cabeza. Volteé a verla, pero tenía los ojos cerrados.
-¿Por qué me observas tanto y no haces nada para ayudarme?- comenzó a repetirse como un eco. Era imposible que esa voz fuera de Erin. Salí de su habitación, rastreé a Rompe-cráneos que estaba torturando a un recién llegado. Al volver, Erin estaba de pie. Era absolutamente imposible, estaba amarrada y con una dosis tan elevada que era casi seguro que estaría dormida durante tres días seguidos.
-Debes ayudarme- escuché su voz en mi cabeza al tiempo que me miraba tan fijamente que sentía como me atravesaba, enseguida deslizó los dedos por mi guadaña.
-No puedo. No debo. – alcance a decir antes de que tomara mi mano y la colocara en su frente, los susurros de Rompe-cráneos eran tenues, pronto serían exacerbados.
Consideré las opciones que tenía ella, de las que carecía yo. Nada, nadie podría solucionarlo, ni siquiera el “hubiera”, únicamente podía arrebatársela a la locura antes de que cumpliera su objetivo de destruirla.
-Dolerá un poco…- dije al tiempo que coloqué la punta de la guadaña en su pecho, su corazón era fuerte, tan sólido que sería capaz de resistir los embates de Rompe-cráneos, mas no las fisuras en su cráneo, la consecuencia de ello, sería agónica.
Deslicé el mango hacia abajo, rasgando su corazón, Erin abrió los ojos desorbitadamente hasta que emergieron las lágrimas, su fuerza flaqueó, doblando sus rodillas, la sostuve en el aire evitando su caída, entonces me miró como nunca antes lo había hecho, sus pupilas dilatas y su boca entreabierta a punto de emitir un grito carente de sonido, vacío, trató de aferrarse a mí, al tiempo que el dolor la petrificaba.
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En ese momento, me percaté de que no era su cuerpo lo que languidecía en mis brazos sino su alma, pues de pronto se desvaneció entre mis manos. Entonces percibí la cercanía de Rompe-cráneos, me escabullí fuera de la habitación de Erin.
Ese no era el mejor final para ella. Y lo lamenté profundamente. Aunque quizá solo yo podía ayudarla para evitar que Rompe-cráneos la destrozara aún más.
La rutina volvió a la normalidad, recorrer los pasillos, escuchar gritos y la risa destemplada de Rompe-cráneos.
Nadie volvió a llamar mi atención como Erin. Después de su partida, los días se tornaron aún más grises. Nunca encontraría una mirada igual, un silencio similar. Ni siquiera el hielo se asemejaba al contacto de sus manos.
A veces la veo en el jardín dando vueltas sobre su eje, y su vestido de flores y mariposas vuelan con ella, gritando de felicidad.